Si hay un alimento que disfruto intensamente como el más, es el desayuno.
Normalmente, como con mucha conciencia, casi a cada bocado. Pero hoy, especialmente hoy y no sé por qué, practiqué este buen hábito aun más. Y, por su puesto, la admiración no se hizo esperar. Cuando incrementas tu nivel de conciencia, la admiración y el asombro aparecen y topan en enorme gratitud.
Hoy no podía dejar de agradecer y agradecer la enorme cantidad de personas para que mi desayuno se apareciera cómodamente en mi mesa. Cuando te detienes a pensar en todo lo que tuvo que pasar para que una buena taza de café la estés bebiendo en la comodidad de tu mesa, en tu cocina, cuando analizas todos los procesos que se tuvieron que suceder para que la comida llegara hasta ti, no puedes dejar de explotar por asombro. Imagino los ranchos en donde cuidan a miles de gallinas para que pongan sus huevos, tanta gente trabajando ahí, el proceso ya sistematizado para que los huevos se pongan en cajas, todo el personal que lleva esas cajas a un contenedor que se conecta a tráileres, el chofer manejando kilómetros y kilómetros en carretera para llegar a almacenes. Luego, otros camiones llevando la mercancía a tiendas, personal de restaurantes comprando esas cajas, cocineros preparando el desayuno, las mentes que crearon la tecnología para que exista una app donde pides el desayuno y otro humano en su motocicleta te lo trae a tu casa. Suena el timbre y en segundos me imagino el proceso de la instalación eléctrica para que suene, cómo en una pantalla en mi cocina aparece la imagen de la persona que toca la puerta. ¡Cuántas mentes para que el cristal líquido de la pantalla exista y proyecte píxeles que me manifiestan la figura del humano! Toda la gente que participó en la fabricación de la bolsa en donde viene mi desayuno. Los árboles que existieron por años y cuya madera se convirtió en la mesa que hay en mi cocina. Para que, luego, cómodamente, abra la bolsa, saque el desayuno y disfrute unas enchiladas veracruzanas. Con el tenedor tomo un fragmento, del plato a mi boca, en un acto tan sencillo, encerradas tantísimas personas y tantísimos procesos. Literalmente, años de construcción encerrados en un breve momento. ¡Inverosímil!
De verdad, durante un rato no puedo moverme. El electrizante asombro parece paralizarme unos momentos. Pareciera que uno debe regresar a la inconsciencia para proceder "normalmente". Sí, eso ha de ser. Hay que estar muy inconsciente para no morir de asombro.
Así, al dar la primera mordida, ¡imposible no escuchar cómo explota dentro de mí un intenso sentido de gratitud! Escucho perfectamente dentro de mi cabeza decir: «¡Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias!».
Qué bueno que somos la mayor parte del tiempo inconscientes.
No aguantaríamos la vida de otra manera.
Bueno, y si me pongo a analizar lo que sucede cuando el alimento entra al cuerpo, ¡no te quiero contar porque no alcanzaría un libro!
Vivimos en un milagro, siendo nosotros un milagro también. Dios experimentándose a sí mismo. Sí, eso es. Así todo el tiempo.
La oscuridad es una bendición por darle oportunidad a la luz de que se luzca. Algo así escuché hoy por la mañana. Vivimos en la oscuridad de la inconsciencia para que, si nos detenemos a apreciar, quitamos esa sombra, por eso se dice "asombro", a-privativo, negación, eliminación, y sombra-oscuridad. Eliminamos la oscuridad de la inconsciencia mediante nuestra capacidad de asombro. Traemos luz hacia nuestra experiencia en ese momento.
Pues nada, cavilaciones de un pacífico domingo por la mañana.
Recibe mis saludos.
—Alejandro.