El arte de vivir más despacio
Hacer menos para vivir más, o cuando parece que, al fin, soy importante.
Hoy me he percatado de un gran, maravilloso y bendito cambio en mi vida y disfrutaré de compartirte mi reflexión. Hace tiempo (iba a escribir aquí "Hace muchos años...", pero mejor así), me sentía importante por tener muchas cosas que hacer, por abrir mi agenda y ver que estaba llena de citas, diferentes colores para distinguir temas y objetivos, viendo algunos que casi se intercalaban y dando órdenes a mis numerosos empleados para que hicieran lo que debían hacer y que me ayudaran a lograr cumplir con todos mis compromisos. Disfrutaba ser un líder así, ver a "toda mi gente" trabajar exigiéndoles con el ejemplo, habilidad, velocidad y precisión, para lograr más y más, haciendo más y más, coordinando mis viajes, muchas veces, con minutos de diferencia entre bajarme de un avión y subirme a otro para ir a dictar mis conferencias y expandir mi filosofía de vida por donde Dios me llevara. Mientras más, mejor. ¡Qué importante me sentía viviendo así! Recuerdo como algunos organizadores de eventos me admiraban cuando se enteraban de mi bitácora de viajes a la semana. Con mis ojos observaba lo apretada de mi productiva agenda, y con el rabillo de otro ojo llegué a sentir desdén por quien no vivía así, o parecido, por quien no daba el todo por el todo. Ah... qué años aquellos.
Debo confesar que, sí, algunas veces disfruté ese "tipo de estrés", tenía su toque de emoción, viviendo por años el "síndrome del viajero", cuando amanecía en mi habitación de hotel y lo primero que pasaba por mi mente al abrir mis ojos aún acostado, era preguntarme dónde estaba porque en ese instante no sabía, no lo recordaba. O cuando alguien del hotel me preguntaba por mi número de habitación y me era imposible recordarlo porque me venían tres o cuatro diferentes números a la mente, los de todas las habitaciones de la misma semana. Recuerdo algunas temporadas donde mi muy querido Rober, mi asistente mega estrella, me llevaba de mi casa al aeropuerto de Toluca a las 3:00 A.M., en plena madrugada, para llegar al avión privado que me llevaría a una gira de tres ciudades por día, dictando mi gran conferencia de "La fuerza del pensamiento" en tres ciudades distintas el mismo día, e igual al día siguiente y el siguiente, para cubrir toda la República Mexicana en tiempo récord. Ah... qué tiempos aquellos. Me sentía muy importante. Toda una celebridad en su "book tour" por el país. La típica vida del "artista-intelectual", el motivador, el autor. Existía una persona contratada, exclusivamente, para cronometrar tiempos. Si te parece exagerado, no, ese era su único-gran trabajo para que tuviera que acabar la conferencia en tiempo exacto, salir corriendo (y sudando) por la puerta de atrás del salón y bajar a donde ya me estaba esperando una camioneta con la puerta abierta para correr al aeropuerto al hangar de aviones privados, mismo que ya tenía la escalera abajo para subir corriendo y despegar a la siguiente ciudad. Otra persona se encargaba de preguntarme qué me gustaba de comer y tener preparado eso en algún trayecto, en alguno de los vuelos. Hoy, no puedo creer cómo aguanta el cuerpo ese calendario de eventos. Bueno, quizá todo se remite a "la juventud". Hoy, ni aunque me pagaran el doble (y mira que sería muy, muy atractiva la oferta), aceptaría. De hecho, hoy por andar haciendo en la mañana 50 sentadillas, ya me está doliendo la rodilla.
Pues bien, el tiempo ha pasado y, hoy en día, cuando mi correo electrónico me informa a las 5:00 A.M., el resumen de mis citas del día, me apareció, al fin, lo que hoy sé que es la absoluta certeza de que, al fin, ¡ya soy verdaderamente importante! Antes "me sentía" importante, muy importante. Pero hace tres días, por citarte un ejemplo, me apareció en mi correo la absoluta certeza de que ya lo soy, muy importante, pero muy importante ahora de verdad. Te comparto hasta foto de la constatación de esta verdad:
¡Hoy cuántísimo más disfruto de no tener que hacer nada y hasta programarlo así deliberadamente! Y no solo ese día, sino así, varios días a la semana. A veces, más. Y si teniendo días así, alguien me solicitara algo para ese día, mi natural respuesta es "no". Tengo todo el día ya "ocupado" en nada, abierto expectante a cualquier pacífica sorpresa para mí, ocupado en vivir mi vida con el enorme placer de ser más consciente, en poner toda mi atención a lo que pasa en el momento y solo en el momento, disfrutar con toda mi concentración lo que la vida me presente por impulso al instante. Sí, esto es, creo yo hoy en día, llegar a ser verdaderamente importante. O... llegar a la plenitud de dejar de serlo... de que ya no te importe serlo, o no sé si ya se trate de lo mismo. Es un gran trabajo llegar a ser, pero es un arte dejar de ser, y que la vida te de tiempo para disfrutar ambas etapas en plenitud. Así, sin que ya nadie te salude en los aeropuertos o restaurantes, mejor poniendo toda, absolutamente toda mi atención al bocado que está en curso, caminar y, si se me antoja, detenerme durante un largo período de tiempo a ver una planta, a salir a dar la vuelta y donde quien me hace favor de llevarme (nunca me ha gustado manejar un vehículo) me pregunta "¿A dónde lo llevo?", y pacíficamente responder: "A donde quieras, mi objetivo es solo pasear y disfrutar mientras tanto". Ah, querida lectora, querido lector, una vida así se la deseo a cualquiera que desee descubrir uno de los más grandes tesoros de la vida. Por eso te escribo este ensayo que llamo: "Haz menos para vivir más". Te compartiré las trampas de la vida actual que nos hacen creer importantes por productivos, te compartiré lo que nos aportan grandes filósofos como Epicuro, Thoreau, Lao-Tzu, Schopenhauer y Marco Aurelio acerca de aprender a vivir más despacio, y al final te daré poderosas estrategias para que cualquiera que lo desee, pueda empezar a vivir así, con esta paz, con esta dicha, con esta bendición. Aquí voy...
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