Formando Médicos, Inspirando Vidas
Compartiéndote mi sentir al colaborar formando médicos: Humanismo en su vocación, pasión, ética y sensibilidad en su conocimiento para prevenir enfermedad, curar cuerpos y aliviar almas con compasión.
Estimad@ lectora, lector:
Hola.
Iniciamos el mes de febrero, mes del amor. Y qué mejor que dentro de esta energía, te pueda compartir parte de mi emoción colaborando en la formación de jóvenes, futuros médicos. Siento que en mi entrega de esta semana, gratis para todos, podrás encontrar algo especial, con entusiasmo y disfrute. Al escribir, así sentí. Espero que así percibas al leer.
En esta publicación, te comparto:
💡 Noticias.
✍🏻 Columna: “Formando Médicos, Inspirando Vidas”.
📕 La recomendación del libro de la semana
📸 La imagen de la semana
📝 La frase de la semana
💡 Noticias:
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✍🏻 Columna: “Formando Médicos, Inspirando Vidas”.
“El buen médico trata la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad.” —William Osler.
Hoy quise enmarcar mi columna para ti citando al padre de la Medicina moderna, ya que la semana pasada empecé a dar clase en la Facultad Mexicana de Medicina de La Universidad La Salle, mi Alma mater. Ha empezado una gran experiencia.
¡Qué experiencia!... para los alumnos. Y es que no puedo “solo dar clase”, sino que les estoy dictando toda una conferencia inspiracional, como uno nunca lo vive en una escuela.
Y para mí, también está siendo una gran experiencia. Para mí, es una gran fuente de sentido existencial, alegría y responsabilidad por sentir el placer de obedecer un propósito que siento que viene ordenado por Dios. Como todo. La manera en que llegué ahí es una de esas cosas extrañas, como muchas de las experiencias divinas. Por allá del mes de septiembre u octubre del año pasado, mientras me encontraba comiendo en casa, de repente recibí una llamada en mi celular y ahí se me invitaba a dar clase. Quien me llamó, una alta académica responsable de la institución, la Jefe de Materias Clínicas, ya me conocía desde hace muchos años y había asistido a varias de mis conferencias. Esta historia es otra más donde se comprueba un clásico: tu prestigio te promociona y te abre puertas. Sin pensarlo, dije que sí. Y llegó el momento.
Podría hablarte mucho al respecto, y tengo ganas de compartirte parte de la magia que se ha sucedido, pero, más que nada, esta experiencia me ha hecho recordar algún capítulo que escribí hace muchos años para la primera edición de mi libro Señales de destino, en donde hablaba de la escuela.
Desde hace mucho tiempo, me queda claro que todos somos maestros. Todos estamos enseñando algo a alguien en todo momento, fundamentalmente con nuestro comportamiento. Y es que el ser humano es imitador por naturaleza; precisamente por ello, dependiendo de los modelos a los que alguien se exponga, será gran parte de la información que introyecte. Así, ¡cuánta responsabilidad tenemos todos para con todos! Sí, tú mismo que ahora me estás leyendo, proyectas un mensaje de vida (lanzas una señal del destino) para todas las personas que te observan, no solo para tus hijos, quienes serán tus aprendices por antonomasia, sino para todas las personas que te rodean. Es la escuela que creamos todos mediante nuestro comportamiento diario. Es la escuela de la vida.
Quizá en esa escuela se aprende más rápido y más fácil por la gran frecuencia con que damos la lección todos los días, con nuestro diario ejemplo de vida, y por no existir la presión de los exámenes por escrito que en otras escuelas sí hay. De una u otra forma, si queremos un mundo más humano y con gente feliz, necesitamos a personas cada vez más conscientes de la responsabilidad que tienen con el simple y poderoso hecho de su ejemplo de vida. Y si vamos más allá, la tremenda responsabilidad incrementada con lo que les decimos a las personas.
La clase que estoy dando para los estudiantes del 7° semestre de la carrera de Medicina es “Taller de Autocuidado y Salud Mental”. ¡Me siento tan honrado de que se me haya elegido precisamente a mí para dar esa clase! Digamos... “mi mero mole”. Y más honrado aún cuando la Jefa de Materias Clínicas de la Facultad de Medicina me dijo: “Tú tienes libertad de cátedra, te conozco”. ¡Uy! No me hubiera dicho eso. Aunque exista un programa base, se me dio la oportunidad de modificarlo en su totalidad y diseñar, bajo mi criterio, un programa académico específico para estos jóvenes estudiantes de Medicina. Lo hice.
Como parte de mi primera clase, se me ocurrió preguntarles a los 120 estudiantes de Medicina que tengo, con 20 a 21 años de edad en promedio, la siguiente pregunta, misma que, para que se pudieran sentir más libertad para responderla, les dije que la respondieran anónimamente. La pregunta fue la siguiente:
“¿Cómo imaginas tu futuro, qué sientes frente a tu futuro?”.
Quise que intentaran escribir de puño y letra lo que saliera de su alma, atravesando su cuerpo y usando su pluma, plasmando su pensamiento y sentir sobre el papel. La magia de escribir.
(Por cierto, esos fueron de los primeros momentos en que empecé a sentir ya la “brecha generacional” porque cuando les pedí que sacaran una hoja, todos se voltearon a ver como extrañados porque ¡ya casi nadie trae cuadernos o libretas donde apuntar! Todos usando su celular o una laptop. En fin, pedí que trajeran hojas y las repartí. Que cosas).
El 40 % de los alumnos respondió a la pregunta de cómo imaginaban su futuro, lo que sentían frente a él, así:
“Tengo miedo, siento incertidumbre”.
A los 20 años de edad y temiendo al futuro. Me sorprendió con amoroso pesar. Cuando en la noche llegué a casa a leer sus hojas, me dije: “Mi misión será que al finalizar el semestre, si no es que mucho antes, todos sientan emoción por existir imaginando un futuro seguro y convincente, exitoso, lleno de propósito y entusiasmo”. ¡Porque así es el futuro! Solo que hay que aprender a verlo de esa manera.
Me alegró que el 60% sí ve un futuro lleno de éxito. Por ahí alguien me escribió estóicamente: “Brillante... Amor fati”. Me alegró que un estudiante de Medicina usara una expresión en latín. Puede traducirse como “amor al destino”. Es una actitud en la que uno ve todo lo que sucede en la vida, incluido el sufrimiento y la pérdida, como bueno, siempre bueno. ¡Esa es la actitud! Me hizo recordar el “Amor Dei intellectualis”, de Spinoza. Otra expresión latina que significa el amor intelectual a Dios, en línea con la búsqueda platónica del bien a través del conocimiento. Y es que sí hay una relación entre el conocimiento profundo de las cosas, nivel espiritual, y la felicidad, y el entusiasmo.
Nadie nace valiente. Alguien nos enseñó a confiar con entusiasmo. Nadie nace miedoso. Alguien o algo nos enseñó a temer. Alguien nos tuvo que enseñar a creer o a desconfiar. ¿Qué se les ha enseñado a aquellos que tienen miedo? Todos nos podemos equivocar en lo que le decimos a alguien en algún momento, claro, por supuesto, pero de lo que se trata es de que poco a poco nos vayamos equivocando menos hasta lograr la virtud de que nuestras palabras sean transformadoras para otra persona y así colaboremos para hacer otra vida extraordinaria. Todos lo podemos hacer. Esto no es privilegio ni exclusividad de conferenciantes y grandes motivadores, de sacerdotes, de maestros o de mentores en general. No. Es credencial abierta para el género humano. Hay que saber qué decir para educar.
"Si quieres conducir a un ser a su perfección, dile lo que puede llegar a ser y así trátalo; si quieres destruir a un ser, dile lo que es". —Goethe.
Citando a tan célebre dramaturgo, novelista, poeta, filósofo y naturalista alemán, me lleva a recordar el gran “efecto Pigmalión” que explico en mis cátedras de liderazgo, es decir, el poder de la expectativa que se genera en alguien y que puede transformar a ese alguien en aquello que esperamos de él. En el sistema educativo se debería tener muy presente esto. Desde los primeros años de estudio académico en la escuela, desde el jardín de niños, la primaria y fundamentalmente la secundaria, debería de tenerse esto muy en cuenta. Etapas donde se forjan muchas ideas sobre uno mismo, nada más y nada menos se va fraguando la identidad personal. Se va forjando gran parte del futuro feliz o desgraciado en alguien. Las influencias son decisivas. Surgen los equipos, aparece la fuerza de los apodos (¡no se diga en secundaria!), el ego empieza a refulgir imponente mediante tantas diferencias que le enseñan a ver a uno: ropa, marcas, nivel social, conquistas, tipo de cuerpo, despertar sexual y, sobre todo, se nos enseña la competencia y su discriminación implícita, por nombrar solamente algunos interesantes fenómenos psicológicos del modelo educativo tradicional.
En contraste, mi filosofía de vida trata de crear una nueva conciencia, literalmente hablando, donde la escuela sea donde se nos enseñe a identificarnos con quienes somos realmente, nuestro espíritu. ¡Las cosas se ven tan diferentes desde esta perspectiva! Empieza uno a vivir en paz y con una felicidad más cotidiana. Así empecé a enseñar desde mi primera clase la semana pasada, enseñándoles a mis alumnos de Medicina lo que realmente son: espíritu, parte de Dios. Y todo el semestre les iré revelando la gran y entusiasta implicación de descubrir esa identidad.
"La misión de las estrellas es llenar de belleza la bóveda celeste; la misión de la música es llenar de armonía el universo; la misión de las madres es crear personas felices; la misión de un gobernante es hacer felices a los que más pueda". —Aristóteles.
Ese tipo de lecciones le daba el célebre filósofo griego, como su maestro de clases particulares, al joven Alejandro Magno. Y siguiendo esa línea, yo creo que la misión de una escuela ideal, sería preparar académicamente y en forma extraordinaria a sus alumnos, al mismo tiempo que enseñarles a ser felices con lo que son y con ello poder servir como valiosa experiencia de vida. Enseñar el verdadero éxito en la vida, algo que va mucho más allá del ego.
¿Te imaginas que existiera una escuela así?
¿Te imaginas que existiera una escuela donde uno de sus objetivos fuera enseñar las trampas del ego para franquearlas y que desde tan joven edad se aprendiera a ver la vida desde su dimensión espiritual (divina)? Tengo una idea del resultado: habría más gente feliz y en paz, haciendo felices y sembrando paz en otros. Yo creo que ese tipo de personas son las que necesita el mundo. Nada más. Si hoy ya se cuentan en miles de miles los adultos a quienes mi filosofía ha beneficiado, ¿qué pasaría si desde tan jóvenes se tuviera acceso a este conocimiento de vida? El resultado que me imagino ya te lo dije, pero te lo repito, más gente feliz y en paz, viviendo con mayor bienestar. Menos competencia en donde se desea ser mejor que el otro y más colaboración, deseando ser mejor para ayudar a otros a mejorar. Menos miedo y más amor. Menos lucha y más paz. Menos discriminación y más tolerancia y aceptación. Menos imagen pública y más esencia personal. Eso alcanzo a imaginar, seres más humanos, y esa podría ser la mejor aportación de estos para el mundo: personas con gran bienestar y con la preparación necesaria para resolver problemas y crear abundancia. Personas con salud mental, con la autoestima apuntalada al ir descubriendo lo que realmente son, auténticos hijos de Dios. Y no, no se trata de religión alguna. Dios nos libre. Se trata de comprender que la religión (cualquiera que sea) es una institución, y la espiritualidad es una experiencia. Opto por vivir la experiencia. Esa es mi idea de una escuela donde realmente se educara en los valores y virtudes que surgen como lógica consecuencia de nuestra identidad espiritual. Y si no hay todavía una escuela así, no lo sé, lo que sí sé es que una clase así ya existe en la Facultad Mexicana de Medicina de la Universidad La Salle.
La palabra educar proviene de la raíz latina educere que significa “sacar de dentro, extraer a la luz”. Y precisamente en ello creo. En nuestro interior radica la más hermosa pureza de un ser, nuestra identidad espiritual y nunca desaparece, solo se olvida gracias al sistema educativo tradicional aunado a ciertas creencias. Por eso he llegado a afirmar en alguna de mis conferencias que en muchas escuelas no se educa, se entrena, que es distinto. La pureza interior de un ser humano la podemos ver en el paraíso que percibe del mundo un niño, y es que lo percibe tal cual es. Tú y yo así lo vimos, aunque parezca difícil creerlo; lo que pasa es que quizá ya no te acuerdes cómo veías el mundo cuando tenías tres a cinco años de edad. Ya luego la información que recibimos (¿entrenamiento?) nos convenció de que nada de eso era real, de que la vida es una lucha constante, de que en la vida hay que sufrir para merecer, enseñándonos de esa forma a identificarnos con nuestro ego, y sus funestas consecuencias; por el contrario, en mi filosofía de vida propongo darle la vuelta al proceso y volver a ver como al principio, sacar de dentro (educar), volver al origen, conectar con nuestra esencia y desde ahí evolucionar.
Obviamente, no se trata de luchar en contra del sistema educativo tradicional que fomenta el ego, sino de crear uno nuevo donde se descubra su nimia dimensión comparándolo con otra identidad, la que somos realmente, un ser espiritual con un componente físico, un verdadero ser humano, antes que nada.
Hoy agradezco a ese ser de luz que me invitó a dar clase a la Facultad de Medicina de la ULSA, y en donde estoy cumpliendo parte de mi misión existencial y por mero amor al arte. Mi salario es otro al común y ya empezó, es precisamente espiritual. La amable doctora que me invitó quiso entrar a mis clases. Al salir de una de ellas, me envió este mensaje por Whatsapp:
“Eres el elegido por Dios por el bien de la humanidad. ¡Estás sembrando la semilla en su mente y corazón para que sean mejores seres humanos, y con esto, mejores médicos! Estoy muy agradecida contigo por haber aceptado”.
En mis ojos se asomó una lágrima. Mi corazón se hinchó de emoción al saber que se abrió una oportunidad, en una edad tan crucial, donde todavía se puede aprender a ser feliz y a confiar en el futuro, donde la armonía y el amor sean pilares de la enseñanza. Sí, habrá gran rigor académico, pero también un gran desarrollo humano basado en una nueva conciencia para lograr lo que yo creo debe ser el verdadero sentido de la educación: hacer personas muy capaces y felices por servir a los demás, con fe en Dios y en sí mismos, para que hagan lo propio con otras más. Todos con...
¡Emoción por existir!
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📕 La recomendación de un libro
Precisamente hoy recordé un libro que le vi leer a mi mamá, Raquelito. ¡Ya te imaginarás la trascendencia para mí! Conocer la vida de San Lucas tocó mi alma desde hace años.
📸 La imagen de la semana
El martes pasado, saliendo de casa a dar la primera clase…
📝 La frase de la semana
“El médico es el ángel que ve sufrir a los hombres y tiene en sus manos el poder de aliviar su dolor”.
—Voltaire.
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Alejandro Ariza Z. | Publicaciones, son sostenidas por sus lectores. Si deseas leer completamente mis publicaciones, considera suscribirte, valorando mi trabajo, invirtiendo en ti: